Más allá de los gráficos y la jugabilidad, la música de los videojuegos ha sido siempre un componente esencial para construir mundos, emociones y memorias. Esta exposición traza un recorrido desde los humildes orígenes del sonido digital hasta las complejas composiciones orquestales que hoy rivalizan con las bandas sonoras del cine.
La primera parte de la muestra se sumerge en la era del chip de sonido, cuando las limitaciones tecnológicas obligaban a los compositores a ser increíblemente creativos. A través de consolas como la NES, la Game Boy o la Commodore 64, se explora el nacimiento de la música en 8 y 16 bits, con melodías inolvidables de juegos como Super Mario Bros., The Legend of Zelda, Mega Man o Tetris. Estas piezas, simples pero potentes, no solo acompañaban la acción: definían el ritmo del juego y se grababan en la memoria colectiva de generaciones enteras.
La segunda parte analiza la evolución hacia composiciones más complejas y cinematográficas. Con la llegada del CD-ROM y las consolas de 32 bits, los videojuegos comenzaron a incorporar música grabada en estudio, dando paso a bandas sonoras orquestadas que amplificaban la inmersión emocional. Títulos como Final Fantasy VII, Halo, The Elder Scrolls V: Skyrim o The Last of Us muestran cómo la música puede narrar, anticipar, conmover y dar identidad a un universo entero.
La exposición también dedica un espacio a los compositores más influyentes del medio —como Nobuo Uematsu, Koji Kondo, Yoko Shimomura o Jesper Kyd— y a fenómenos contemporáneos como los conciertos sinfónicos de videojuegos, los remixes hechos por fans, y la cultura del chiptune, que rescata los sonidos clásicos en contextos musicales modernos.
«Música en 8 bits y sinfónicas épicas» es una celebración de la dimensión sonora del videojuego: un arte que se escucha, se recuerda y se siente, desde los pitidos digitales hasta las armonías más majestuosas.